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30 junio, 2006

Cada cuatro años

Dentro de pocos días, terminará el Mundial de Alemania, y la monotonía que genera la ausencia de una motivación popular, regresará a las vidas de las personas; como una pompa de jabón que se desintegra frente a la mirada de un niño.

Es un fenómeno extraño que sucede a nivel mundial, todos los países siguen el acontecimiento, aunque su selección no esté entre las que semanalmente se enfrentan. Además este año ha llegado con más fuerza a la gente, personas que en anteriores competencias no se interesaban por el acontecimiento, ahora observan el partido mientras se muerden las uñas y hacen cábalas surrealistas. La explicación de esta novedad en las emociones populares es compleja: ¿quizá sean los medios de comunicación? ¿La falta de otros factores que tributen una breve felicidad? ¿El patriotismo que genera la emigración o inmigración a nivel mundial? o ¿quizá sean los nuevos televisores de plasma que Montoya confisca en un momento en el que no tener televisión es la peor sanción otorgable?

Es complicado conocer al ser humano y la forma en que se toman las decisiones, pero esta espera de cuatro años para desatar esta unión, aunque sólo sea temática, no es sana. Recuerda a la vida diaria de la joven que inventa su vestido en una favela de Río de Janeiro a la espera del inicio del carnaval, para que todas las cámaras de televisión la saquen con un epígrafe donde la definen como reina.

Borges definía el fútbol como "veintidós personas corriendo detrás de un cuero inflado". Esto que definió el ilustre escritor es lo que hace que millones de personas olviden su rutina durante un mes. Hay otras opiniones más efusivas que ven el Mundial como algo útil en ese sentido. Como un: "por lo menos hay algo". Son similares a las opiniones sobre el polémico libro "El Código Da Vinci" que pensaban que si por lo menos servía para que la gente se acercara a la lectura ya era un buen libro.

Lo utópico de esta situación social es que no tuviéramos que esperar cuatro años para celebrar un triunfo, que los funcionarios no se aumentaran los salarios esperando al despiste futbolero y que se pagaran los impuestos para que Montoya no tenga oportunidad de controlar las emociones a través de un plasma. Toda esta utopía sería posible si la estabilidad e igualdad gobernaran las ciudades. Si viviéramos en un mundo sin picos de bien y mal, de bipolaridad que hace que al estar muy mal, se busque de cualquier manera tener algo más de felicidad.